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Daniel González

"Como padres, a menudo pensamos que lo más importante para educar a nuestros hijos son las palabras que usamos para guiarlos. Sin embargo, la realidad es que nuestras acciones tienen un peso mucho mayor."

"Como padres, a menudo pensamos que lo más importante para educar a nuestros hijos son las palabras que usamos para guiarlos. Sin embargo, la realidad es que nuestras acciones tienen un peso mucho mayor."

Como padre, siempre he tratado de enseñarle a mis dos hijas a mantener su recámara ordenada. Mi hija mayor tiene 9 años y la menor 5, lo que significa que, probablemente, he tenido que recordarles cientos de veces que deben levantar su ropa del piso y ponerla en el cesto de la ropa sucia.

Debo confesar que, en más de una ocasión, me he sentido frustrado. Les he preguntado con cierta desesperación por qué no siguen las instrucciones que les he repetido una y otra vez.

Pero hoy quiero hacer una confesión aún más grande: ¿Saben quién más ha escuchado cientos de veces que debe recoger su ropa y ponerla en su lugar? Yo.

A veces logro mejorar durante algunos días o semanas, pero tarde o temprano escucho nuevamente a mi esposa decirme: “Daniel, por favor, levanta tu ropa.”

Y ahora, además de esto, hay algo que mi esposa suele decir cada vez que ve ropa de nuestras hijas tirada en el piso: “Son igualitas a ti.”

No lo puedo negar. Mis hijas son exactamente iguales a mí en ciertos aspectos.

La realidad es que, aunque ellas han escuchado mis instrucciones una y otra vez, lo que realmente han absorbido, lo que han internalizado, son mis acciones. Están repitiendo, casi de forma automática, lo que ven que yo hago cada día.

Y entonces me pregunto: ¿Cómo puedo esperar que ellas hagan algo que yo mismo no he logrado modelar de manera constante?

Y no estoy hablando de hipocresía, como si no tuviera derecho a pedirles algo que yo mismo no cumplo. Es algo más profundo: se trata de entender que los niños no aprenden principalmente por lo que les decimos, sino por lo que ven en nosotros.

Como dijo el escritor y activista James Baldwin: “Los niños nunca han sido muy buenos para escuchar a sus mayores, pero nunca han dejado de imitarlos.”

Esta experiencia con mis hijas, tan simple —y al mismo tiempo tan reveladora— me ha enseñado algo que hoy quiero compartir contigo.

Porque lo que ocurre dentro de nuestro hogar, en las pequeñas acciones diarias, revela un principio fundamental que también aplica en cada área de la vida.

El Poder del Ejemplo: Cómo Nuestras Acciones Moldean a Nuestros Hijos

El Poder del Ejemplo: Cómo Nuestras Acciones Moldean a Nuestros Hijos

Como padres, a menudo pensamos que lo más importante para educar a nuestros hijos son las palabras que usamos para guiarlos. Sin embargo, la realidad es que nuestras acciones tienen un peso mucho mayor.

Desde una edad temprana, los niños aprenden principalmente por observación e imitación, a esto también se le llama aprendizaje vicario. Diversos estudios en psicología infantil, como los realizados por el psicólogo Albert Bandura, han demostrado que los pequeños adoptan hábitos, valores y actitudes, no tanto por lo que escuchan, sino por lo que ven de manera constante en quienes los rodean.

La teoría del aprendizaje social de Bandura destaca que las personas pueden adquirir nuevos comportamientos simplemente observando a otros. En su famoso experimento con el muñeco Bobo, Bandura mostró que los niños que presenciaban comportamientos agresivos en adultos eran mucho más propensos a imitar esas mismas acciones. Este estudio subraya un principio vital: nuestros actos cotidianos —incluso aquellos que parecen insignificantes— son absorbidos y reproducidos por nuestros hijos.

Entender esto no solo es crucial para el presente, sino también para su futuro. Porque nuestros hijos no solo nos observan a nosotros: constantemente están expuestos a las actitudes y comportamientos de familiares, maestros, amigos, en la televisión y más adelante, compañeros de trabajo, parejas, y el mundo en general. Con el tiempo, nuestros hijos se irán independizando y comenzarán a tomar decisiones por sí mismos.

La única manera de reducir al máximo la probabilidad de que adopten comportamientos nocivos es asegurándonos de que cuenten con bases firmes en casa. Cuando en el hogar han visto ejemplos sólidos de respeto, responsabilidad, integridad y amor, es mucho más difícil que sean arrastrados por influencias negativas. Las raíces fuertes permiten que el árbol crezca firme, aunque soplen vientos contrarios.

Si queremos futuros adultos que estén en control de sus emociones y que sepan resolver conflictos, veamos nuestras propias vidas, preguntémonos. ¿Estamos modelando esto de manera correcta?

Lo mismo si queremos que tengan hábitos saludables. Una buena alimentación, ejercicio, tiempos en pantalla reducidos, estándares altos en su ética de trabajo y relaciones respetuosas. De nuevo, ¿son cosas que están viendo en nosotros?

Debemos tomarnos el tiempo para reflexionar sobre nuestras acciones y evaluar el ejemplo que estamos dando a nuestros hijos. La autorreflexión nos permite reconocer nuestras fallas y corregirlas, mostrándoles a nuestros hijos que nadie es perfecto y que el crecimiento personal es un proceso constante.

Antes de terminar, tengo una confesión más. Escribir esto me ha hecho reflexionar mucho. En mi caso, cuando hay ropa tirada en el suelo y escucho a mi esposa pedirme por milésima vez que la recoja, podría elegir dos caminos. Podría excusarme con frases como “así soy”, “al rato la recojo”, o incluso culpar a mi crianza y decir que así me enseñaron.

Pero también tengo otra opción: asumir la responsabilidad, reconocer los vicios que no quiero heredarle a mis hijas, y hacer lo difícil pero correcto: trabajar en mí mismo y predicar con el ejemplo.

Educar a nuestros hijos empieza por autoeducarnos a nosotros mismos.

Así que te invito a hacerte estas preguntas:

¿Qué comportamientos tuyos no quieres que hereden tus hijos?
¿Qué estás viendo en ellos que te gustaría ver diferente?

​El tiempo de actuar es hoy.

Seamos la influencia positiva que necesitan para construir un futuro fuerte, libre y lleno de propósito.