Daniel González
No se trata de formar niños perfectos. Se trata de formar niños conscientes. Capaces de sentir sin dejarse arrastrar, de pensar antes de actuar, de frenar antes de explotar, de elegir lo correcto incluso cuando nadie los ve.
No se trata de formar niños perfectos. Se trata de formar niños conscientes. Capaces de sentir sin dejarse arrastrar, de pensar antes de actuar, de frenar antes de explotar, de elegir lo correcto incluso cuando nadie los ve.
Hace algunos años, el coeficiente intelectual (CI) era considerado el principal indicador del éxito profesional. Sin embargo, las empresas han comenzado a valorar otras habilidades que van más allá de las capacidades cognitivas, y la inteligencia emocional (IE) , es una que ha emergido como una competencia clave.
Este cambio se debe a la observación de que, aunque muchos empleados poseen las habilidades técnicas necesarias, carecen de la capacidad para gestionar sus emociones y relaciones interpersonales de manera efectiva. Como resultado, las organizaciones han reconocido que la IE es esencial para el desempeño laboral y la cohesión del equipo.
La inteligencia emocional se refiere a la capacidad de reconocer, comprender y gestionar nuestras propias emociones, así como las de los demás. En el contexto laboral, esta habilidad es fundamental para la comunicación efectiva, la resolución de conflictos y la toma de decisiones.
Muchas investigaciones han demostrado que la IE está positivamente relacionada con el rendimiento laboral. De hecho, el Dr. Travis Bradberry, autor de Inteligencia Emocional 2.0, afirma que las personas con un coeficiente intelectual promedio superan al 70% de aquellas con los coeficientes intelectuales más altos.
Esta no es una cifra menor. Estamos hablando de una habilidad que marca la diferencia entre simplemente ser capaz y verdaderamente destacar; entre tener un empleo y construir una carrera sólida. Y si esto es tan decisivo en la vida adulta, ¿por qué no empezar a sembrarlo desde la infancia? Cada conversación que tenemos con nuestros hijos, cada vez que los ayudamos a ponerle nombre a lo que sienten o los guiamos a responder con autocontrol, estamos invirtiendo en su futuro.
Pero hay algo todavía mejor. Esto no se trata solo de tener un mejor trabajo. Los niños que aprenden a reconocer y gestionar sus emociones están mejor preparados para enfrentar los desafíos de la vida, se adaptan mejor a los cambios y construyen relaciones más saludables. Al mismo tiempo, esto puede ayudar a prevenir problemas como la depresión y la ansiedad, además de contribuir a una mejor salud física y mental. En pocas palabras, cuando Enseñamos a sentir, enseñamos a vivir mejor
Ok, suena muy bonito. Pero… ¿cómo se ve esto en la vida real? ¿Cómo le enseño esto a mis hijos?
Cada familia es diferente. No hay una receta mágica ni un manual universal para enseñar inteligencia emocional. Pero sí hay principios y estrategias que, bien aplicadas, pueden dar frutos reales. Y todo empieza por nosotros.
Los niños aprenden con el ejemplo. No basta con decirles que deben controlar sus emociones si nosotros perdemos el control ante el primer contratiempo. Por eso, demostrar inteligencia emocional es tan importante como enseñarla.
Aquí algunas estrategias prácticas que puedes implementar:
1. Sé tú el ejemplo
Cuando enfrentes una emoción fuerte como ira, tristeza o frustración, no la escondas ni la descargues sin control. Habla con tus hijos de forma calmada, explícales lo que sientes y cómo estás manejando esa emoción. Esto les enseña que sentir está bien, pero reaccionar con sabiduría es mejor.
2. Pongan nombre a las emociones
Ayúdalos a identificar lo que sienten: enojo, miedo, celos, frustración, alegría. Usa preguntas como “¿Cómo te sentiste?” o “¿Qué te molestó exactamente?”. Nombrar la emoción les da poder para manejarla.
3. Reflexionen sobre reacciones pasadas
Después de una situación emocional, tómense un momento para hablar sobre lo que pasó. ¿Qué se podría haber hecho diferente? ¿Qué aprendieron? No es corregir con culpa, es formar con conciencia.
4. Propongan estrategias nuevas
Ayúdalos a imaginar formas saludables de reaccionar: contar hasta diez, respirar profundo, escribir lo que sienten, pedir ayuda. Dale herramientas, no solo instrucciones.
5. Fomenten la empatía
Hablen de cómo se sienten los demás. Participen en actos de servicio o cuidado por otros. Enseñar empatía es formar corazón.
6. Construyan estructura y límites
Los niños necesitan rutinas claras y consecuencias firmes. Esto no es rigidez, es estabilidad. Sentirse seguros emocionalmente empieza por saber qué esperar en su entorno.
7. Apóyate en recursos externos
Si tu hijo enfrenta retos emocionales más profundos, considera buscar ayuda profesional. Hay escuelas, terapeutas especializados y grupos de apoyo que pueden ser de gran ayuda.
Al final, todo esto no se trata de controlarlos, sino de formarlos. De darles las herramientas que necesitan para entender lo que sienten, expresarlo con claridad y responder con inteligencia. Cada una de estas estrategias es una semilla que sembramos en ellos. Y aunque los frutos no siempre se ven de inmediato, el impacto será profundo, duradero y transformador.
No se trata de formar niños perfectos. Se trata de formar niños conscientes. Capaces de sentir sin dejarse arrastrar, de pensar antes de actuar, de frenar antes de explotar, de elegir lo correcto incluso cuando nadie los ve. Porque un niño que sabe lo que siente y cómo manejarlo, será un adulto más libre, más fuerte y más feliz.
Y ese trabajo empieza hoy. En casa. En cada conversación, en cada ejemplo, en cada momento difícil.
Porque enseñar a nuestros hijos a dominar sus emociones no solo los prepara para tener un mejor trabajo… los prepara para tener una vida plena.
Fuentes
https://www.unicef.org/romania/stories/how-cultivate-emotional-intelligence-children
https://www.understood.org/en/articles/6-tips-for-helping-your-child-build-emotional-intelligence